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“Se necesita mucho trabajo que debería empezar a hacerse ya”

La entrevista que leerás a continuación la ha realizado Manuel Casal Lodeiro del Instituto Resiliencia y ha sido publicada en el Periódico labrego de información técnica e sindical, ‘Fouce’.

Antonio Turiel es uno de los más reconocidos expertos y divulgadores acerca de la Transición Energética en el Estado español. Su blog The Oil Crash se ha convertido en una de las principales referencias sobre el asunto, con millones de visitas cada año a sus artículos, y su anterior libro Petrocalipsis: crisis energética global y cómo (no) la vamos a solucionar, publicado en 2020 es todo un best-seller. Acaba de publicar Sin energía: pequeña guía para el Gran Descenso, una puesta al día de la situación energética que estamos viviendo, y de su interrelación con otras crisis que nos afectan en el día a día. De ascendencia gallega y leonesa, reside en Catalunya, donde está en estrecho contacto con el mundo rural y pagès. Quisimos conocer su análisis sobre los efectos de la crisis energética sobre la agricultura y la ganadería, así como los caminos para la supervivencia del sector.

Encarecimiento desorbitado de combustibles, piensos, plásticos y toda clase de insumos de tipo industrial... Caos y desabastecimiento en la cadena de suministros... ¿Esta situación es coyuntural y debida a la invasión de Ucrania, o hay algo más de fondo?

Ya a finales del año pasado veíamos una fuerte subida en el precio del gas, de los combustibles, de la electricidad... Una subida asociada al decrecimiento constante de la producción de combustibles fósiles, la misma que llevo 20 años analizando y 12 divulgando a través de mi blog, artículos y conferencias. No ha sido nada inesperado, sino, por el contrario, algo que ha acabado sucediendo más o menos en las fechas en las que estaba previsto. La extracción de petróleo cae, también la de carbón, también la de uranio... y la de gas empieza a dar signos de no poder aumentar más. En medio de un contexto que ya era complicado y que se estaba agravando, la guerra en Ucrania nos ha dado un impulso hacia el futuro de un par de años. Es decir, la guerra por supuesto que ha empeorado las cosas, pero nos ha llevado a una situación a la que igualmente hubiéramos llegado en no demasiado tiempo.

“Ya a finales del año pasado veíamos una fuerte subida en el precio del gas”

Y no es algo que nos afecte sólo en Europa, en España o en Galicia o en Euskal Herria. Tú llevas tiempo siguiendo las afecciones energéticas a muy diversos sectores (industriales, agrícolas, de trasporte...) por todo el mundo y sueles hacer resúmenes periódicos de la situación en tu blog. ¿Esto es una crisis energética o es más bien un colapso energético (porque las crisis se supone que son, por definición, algo pasajero) en toda regla, que se está desarrollando a nivel mundial y en el que, por diversas causas, unos países y unos sectores se ven afectados primero y caen antes que otros? ¿Puedes darnos cuenta de algunos de los efectos más graves que estén sucediendo en otros países, especialmente en lo que tenga que ver más directamente con el mundo rural y agrícola?

Lo que se está produciendo es más un colapso energético que una crisis, porque efectivamente no es algo pasajero, pero, peor aún, no hay ninguna forma de sustituir las fuentes de energía y mantenerlo todo igual: hace falta un cambio realmente profundo de nuestra sociedad, comenzando por una reforma radical del mundo financiero y acabando por los modos de consumo.
En este momento, lo más crítico es la escasez de diésel y la de gas natural, que si quieres comentamos con más detalle después. Estos dos procesos de escasez nos están llevando a, por un lado, un encarecimiento sistemático del transporte y los procesos extractivos (en el caso del diésel) y a un encarecimiento y escasez de fertilizantes nitrogenados (en el caso del gas natural). Ambos, diésel y fertilizantes, repercuten de una manera extremadamente negativa sobre la actividad agropecuaria, llevando en España a precios disparados que dificultan o no hacen rentables algunas explotaciones, pero en otros países el problema es mayor, porque no es solo encarecimiento, es directamente escasez: está faltando tanto diésel como fertilizantes. Esto nos lleva de cabeza a una crisis alimentaria mundial. Añádase a eso que este año, la tercera Niña seguida en los últimos años (la fase fría del fenómeno climático conocido como El Niño), se ha caracterizado por una sequía sistemática en las zonas agrícolas más productivas del planeta, y es por lo que estamos hablando de catástrofe humanitaria mundial. En el caso de España, vamos a ver cómo el precio de los alimentos básicos se multiplica por 2 o por 3 este mismo año; en el mundo, vamos a ver revueltas y guerras generalizadas. La situación es extremadamente preocupante.

“Lo que se está produciendo es más un colapso energético”

“Vamos a ver cómo el precio de los alimentos básicos se multiplica”

Tal vez uno de los efectos más graves y del que menos se habla es la carencia de fertilizantes sintéticos, que son elaborados industrialmente utilizando combustibles fósiles, concretamente gas natural, también llamado gas fósil. Esto, que comenzó bastantes meses antes de la invasión rusa de Ucrania, afecta de lleno a la línea de flotación del modelo agroindustrial, ¿no es así? Explícanos un poco el origen de este problema, cómo está afectando a la producción de fertilizantes y si estamos abocados, como advierten la FAO y el Banco Mundial, a una gravísima crisis alimentaria mundial en cuestión de meses, que va a afectar ¡a casi la mitad de la población del planeta!

A mediados del año pasado el gas natural comenzó a escasear en todo el mundo. Países como Paquistán comenzaron a tener problemas para recibir suministro, mientras que en Europa el precio llegó a multiplicarse por 6. Esto es consecuencia del consumo creciente del gas natural, a medida que vamos siendo incapaces de aumentar la extracción de petróleo, debido a que se usa más gas que nunca en las refinerías para intentar sacarle un poco más de combustibles a los petróleos de mala calidad que están llegando actualmente cada vez en mayor cantidad.
El gas natural se utiliza para muchos usos químicos, y en particular el proceso conocido como reforma del metano para producir hidrógeno barato que luego se combina con el nitrógeno del aire mediante el proceso de Haber-Bosch para generar amoníaco y a partir de él nitrato de amonio, que es el principal fertilizante nitrogenado que se usa en el mundo (la N de los abonos NPK). El precio creciente y la falta de disponibilidad de gas, consumido en creciente medida por la decadente industria del petróleo, llevó a finales del año pasado a la limitación de las exportaciones de fertilizantes de grandes productores como China, y al cierre de plantas en toda Europa, incluyendo las que tiene Fertiberia en Puertollano y Palos de la Frontera. Estos cierres duraron varios meses y cuando se reabrieron las plantas fue —nunca mejor dicho— a medio gas, con precios pactados con los clientes en un nivel mucho más elevado y, en general, con una producción mucho menor.

Este problema, combinado con la crisis del diésel, ha llevado a que el índice de precios de los alimentos de la FAO se disparase hasta valores nunca antes vistos —en términos nominales y también descontando la inflación— ya en octubre de 2021, que fue cuando la FAO dio la alerta de que íbamos a una crisis alimentaria global. La falta de acción de los países en los primeros compases de esta crisis, seguida por el actual pánico proteccionista (muchos países han prohibido la exportación de algunos alimentos: el trigo, en los casos de Rusia, Bielorusia, Kazajistán e India; el aceite de soja en Indonesia; el pollo en Malasia; el arroz en China), hizo que el Banco Mundial avise en marzo de 2022 que no íbamos hacia una crisis alimentaria global, sino hacia una "catástrofe humanitaria global" a finales del 2022. En su reciente reevaluación de la situación, en junio de 2022, el Banco Mundial estima que la situación catastrófica afectará al menos al 40% de la población mundial y que se extenderá hasta 2023 como mínimo, pudiendo durar hasta 2024.

“El Banco Mundial avisó que íbamos a una ‘catástrofe humanitaria global”

Y la escasez de diésel es otro clavo en el ataúd del modelo de producción de alimentos basado en los combustibles fósiles. ¿Esa carencia se puede solucionar de algún modo o deberíamos ir pensando en producir alimentos con mucho menos uso de tractores y otra maquinaria movida por diésel? ¿Hay que aprender el Periodo Especial cubano e ir sacando de nuevo los bueyes y las yeguas a los campos, como ya ha comenzado a hacer alguna gente?

La crisis del diésel viene originada por la llegada al máximo de producción de petróleo crudo convencional, o Peak Crude Oil,... ¡en 2005! Esto quiere decir que ¡hace ya 17 años que la extracción de petróleo crudo convencional no sube más! Al principio permaneció prácticamente estancada, pero desde hace unos años está bajando y ahora la caída es cada vez más acelerada. Para compensar la falta de petróleo crudo convencional —el más versátil y barato de procesar— se introdujeron los petróleos no convencionales: biocombustibles, extrapesados de Venezuela y Canadá, petróleo de fracking en EE.UU. y Argentina... Todos ellos mucho más caros o directamente ruinosos, y con una capacidad de producción limitada. En 2014 las compañías petroleras comprendieron que no merecían la pena porque para ganar dinero (con este tipo de petróleos) se tendría que vender el petróleo a precios imposibles, por encima de los 180 $ (de los de entonces) por barril, así que de una manera discreta, para no alarmar y evitar que sus activos se depreciasen en bolsa, han ido desinvirtiendo del negocio petrolero: actualmente, el conjunto de las petroleras invierten un 60% menos que en 2014 en la búsqueda y puesta en explotación de nuevos yacimientos, lo que en muchos casos, teniendo en cuenta la inflación y que los yacimientos son más complejos y costosos actualmente, muchas compañías, como por ejemplo REPSOL, solo invierten en mantener los campos actuales en marcha pero no buscan ni un solo yacimiento más. De ese modo, en 2018 se llegó al máximo de producción de todos los líquidos del petróleo (terminología que engloba los convencionales y los no convencionales) y actualmente ya hemos caído un 5% respecto a los valores de entonces. El problema es que el diésel cae más deprisa, precisamente porque los no convencionales son más complicados de procesar, pese a que cada vez representan un porcentaje mayor del petróleo total producido, y también porque no se ha invertido lo suficiente en adaptar las refinerías para procesarlos. Esto tiene su lógica porque las petroleras saben que al negocio no le quedan más que unos pocos años y no quieren gastar en inversiones que saben que no van a recuperar. Así que la producción de diésel se estancó en 2015, lleva cayendo desde 2018, y ya ha caído al menos un 15%. El problema del diésel no tiene ninguna solución, y la sociedad en su conjunto debe de comenzar a comprender que tendrá que usar menos diésel. Pero diésel quiere decir maquinaria pesada en general, y tractores y cosechadoras en particular. Eso no quiere decir que el campo se tenga que desmecanizar completamente, pero sí que se tendrá que reducir y optimizar significativamente su mencanización. El campo tiene capacidad de destinar una parte de su producción para la generación de biocombustibles que alimenten la maquinaria agrícola, pero ésta debe estar realmente optimizada para no consumir una cantidad excesiva de las cosechas. En algunos casos, un cierto retorno al uso de animales como complemento puede resultar conveniente por múltiples motivos, aunque yo no creo que sea la parte principal de la fuerza de trabajo del futuro, si las cosas se hacen correctamente.

“El conjunto de las petroleras invierten un 60% menos que en 2014”

"El problema del diésel no tiene ninguna solución”

Aunque el empleo del tiro/tracción animal en las fincas más pequeñas es una opción sostenible, polifuncional y muy eficiente energéticamente, imagino que para extensiones mayores sería aconsejable pasar por soluciones intermedias. Háblanos un poco más de la posibilidad de alimentar los tractores con aceite vegetal reciclado o producido en las propias explotaciones. A priori parece una alternativa de bajo coste y relativamente fácil de poner en práctica y de impulsar desde la administración.

Diversos estudios apuntan que se podría mantener una mecanización para las explotaciones mayores destinando el 25% de la cosecha para la producción de biocombustibles que alimentarían la maquinaria agrícola, porcentaje que se puede disminuir ligeramente si además usamos aceite reciclado después de su uso en hostelería y en los hogares, por ejemplo. Ese porcentaje ya es bastante elevado, y encima no resuelve el problema de la distribución de alimentos, que para ser viable debe ser lo más local posible. Porque, si no, tendríamos que destinar una parte aún mayor de los cultivos a producir diésel para mantener una distribución a grandes distancias, y eso entra en conflicto con la seguridad y la soberanía alimentarias. Así que sí, es una opción posible, pero que tiene que ser bien estudiada, caso por caso. Lamentablemente, ninguna administración está ahora mismo en un pensamiento compatible con hacer este tipo de cosas que son, sin embargo, tan necesarias.

“El campo puede destinar parte de su producción a generar biocombustible”

Efectivamente, yo pienso que hay que estar prevenidos contra una excesiva apuesta por la producción de agrocombustibles, sobre todo si se dirige a alimentar usos no prioritarios, o compite con el uso de la tierra para la alimentación humana. ¿Esto no es, en realidad, la misma falsa solución que la actual apuesta del Estado por instalar polígonos eólicos por doquier en nuestros montes y costas, o los proyectos de biomasa forestal para usos que deberían ser siempre secundarios a la producción de alimentos y a la preservación de los ecosistemas?

La producción de los llamados agrocombustibles o biocombustibles tiene que estar limitada a muy pocos usos que sean verdaderamente estratégicos —básicamente maquinaria agrícola y poco más— so pena de tener un impacto imposible de soportar sobre la producción de alimentos. La biomasa forestal tiene unos inconvenientes semejantes al uso de biocombustibles, incluyendo por cierto el cierre de ciclos de nutrientes como el fósforo y el potasio y, por el mismo motivo y la necesidad de no superar la tasa de repoblación natural, su uso deberá siempre ser limitado, de lo contrario podríamos volver a los procesos de deforestación que se vivieron en Europa al final de la Edad Media y principio de la Edad Moderna. Por último, la instalación en masa de polígonos de sistemas de Renovable Eléctrica Industrial (REI) es una solución completamente falsa, que solo se explica por el ansia de captar subvenciones públicas, porque la electricidad representa poco más del 20% de la energía final consumida y además es una forma de energía con un consumo que está cayendo en España de manera consistente desde 2008, y no precisamente por las mejoras en eficiencia sino por el empobrecimiento progresivo de la sociedad española fruto de la creciente disfuncionalidad del sistema económico. No hay manera técnica de aprovechar a gran escala la electricidad en los usos actualmente no eléctricos, por más que se venda la quimera de los coches eléctricos (imposibles de producir a la escala masiva del coche térmico, por diversas limitaciones, entre ellas las de minerales escasos) o del hidrógeno verde (vector energético completamente ineficiente y muy problemático, que tal y como reconoce el IPCC o la Estrategia Europea del Hidrógeno de la propia Comisión Europea, ni siquiera está en condiciones de cubrir nuestro consumo energético actual). Añádase a esto que es completamente necesario preservar los ecosistemas para luchar contra este Cambio Climático que, como estamos viendo estos días (de julio de 2022), es tan profundo y cada vez más peligroso. Tenemos que dejar de pensar en falsas soluciones y abrir el debate en la dirección correcta, que son los cambios de los patrones de consumo.

“La electricidad representa poco más del 20% de la energía final consumida”

Porque las mal llamadas renovables, pese a ser necesarias, no son realmente una solución para el verdadero problema de fondo, ¿no? ¿La historia de la industrialización nos ha acostumbrado demasiado a pensar que todo problema tiene que tener una solución y que, además, tiene que ser cuanto más tecnológica mejor?

La visión de que todo problema tiene solución y de que el progreso es inevitable es una anomalía histórica que comienza con la Ilustración (s. XVIII). Siempre hay que buscar soluciones, pero debemos tener la humildad de aceptar que no siempre las hay y que, en todo caso, hay que ser prudentes. De hecho, el Principio de Precaución es un principio rector en la legislación europea. La realidad de las cosas muestra que cada tecnología comporta consecuencias imprevistas, y que esas consecuencias son a veces tan onerosas que a la mejora tecnológica le llega un momento en el que no vale la pena: es el Principio de los Retornos Decrecientes en la tecnología. Por desgracia, en muchos campos de la tecnología ya estamos en esa fase de retornos decrecientes, y es preciso entender que más tecnología es a veces contraproducente, y que lo lógico no es buscar aún más, sino el punto óptimo de tecnología.

“Lo lógico no es buscar aun más; sino el punto óptimo de tecnología”

Por volver al asunto de la producción de alimentos... todo lo que está pasando parece empujar hacia la necesidad de acelerar la transición del conjunto del sector hacia el modelo agroecológico, pero también al modelo de consumo de alimentos de temporada y de proximidad. Porque el gasoil no sólo hace falta para mover la maquinaria en las fincas, sino también para mover los camiones que recogen la leche, que traen los piensos, que llevan el producto a las cadenas de supermercados o al consumidor final. Es decir, no sólo tenemos que producir en ecológico, sino también consumir en ecológico, por así decirlo, consumiendo lo que se produzca más cerca, en cada comarca, a partir de redes cortas de distribución, lo que se suele llamar productos de kilómetro cero. Esto parece que aún no se percibe claramente porque muchas productoras ecológicas de carne, fruta u hortalizas ecológicas siguen dependiendo demasiado de unos combustibles baratos y abundantes para llevar su producto hasta las personas que lo consumen.

La agricultura ecológica es ahora mismo una necesidad imperiosa: se tienen que recuperar prácticas de cultivos compatibles con un menor uso de energía, una menor inyección de energía en los campos. Como tú mismo explicabas en "Nosotros, los detritívoros", y como han estudiado otros investigadores, consumimos una gran cantidad de energía en forma de combustibles fósiles en nuestra alimentación: entre 10 y 24 calorías de combustibles fósiles por caloría de alimento (producido por la agroindustria). Y a esto habría aún que añadir los costes del transporte y de la distribución. Así que hay que volver a lo ecológico, lo de temporada y lo local: no queda otra.

Vayamos ahora con la respuesta (o la falta de ella) de los gobiernos ante este panorama. ¿Piensas que es un camino adecuado el de subsidiar o bonificar los precios de los combustibles o de la electricidad? Porque si esto sólo va a empeorar de ahora en adelante, parece lógico pensar que simplemente ayudarles a pagar una energía que va a ser cada vez más cara y más escasa no puede solucionar nada a largo plazo y que sólo va a vaciar al Estado de fondos y engordar las cuentas de las empresas energéticas. ¿No se deberían tomar medidas estructurales, de cambio radical de modelo, en lugar de meramente de compensación económica de costes que hace que la gente siga consumiendo los mismos insumos, en la misma o mayor cantidad (porque se les abaratan artificialmente) e instalada en un modelo de producción alimentaria que ya a dejado de ser viable? Porque el problema no está en realidad en los precios, sino en el declive irreversible de los combustibles fósiles que sostienen el modelo.

Desde luego subsidiar el consumo de algo que cada vez será más escaso o difícil de mantener parece una mala estrategia. Está claro que son parches que se adoptan en la esperanza de que los problemas sean coyunturales, y que por tanto reflejan la falta de comprensión de que los problemas son estructurales, aparte de que esas medidas suponen una subvención encubierta de los gastos de unos pocos pagados con el dinero de todos. Las verdaderas soluciones pasan por el fomento de la producción y el consumo locales, la mayor eficiencia en el uso de los recursos energéticos y no energéticos, y el decrecimiento del consumo no esencial.

“Las soluciones pasan por el fomento de la producción y consumo locales”

¿Qué consejos prácticos les darías tú a pescadores, ganaderas, labradores gallegos o vascos que están sufriendo las consecuencias de este colapso energético? ¿Cómo podemos ayudar desde la ciencia, desde el activismo ecosocial, desde el sindicalismo agrario, para que se comiencen a dar pasos urgentes en la trasformación rápida del sistema hacia otro más resiliente, sin esperar a que desde arriba las instituciones europeas, españolas o autonómicas reconozcan las verdaderas dimensiones del problema y tomen cartas en el asunto de verdad?

La situación de los pescadores es la más compleja. Se necesita un análisis realista de qué parte de la actividad podría mantenerse con un consumo de energía razonable, seguramente proporcionada con biocombustibles agrícolas. Hay que hacer un plan de descenso gradual, usando la actual abundancia fósil para priorizar actividades del sector primario, mientras nos vamos adaptando progresivamente a lo que viene. En el caso de la ganadería los modelos de explotación integrada son parte del futuro necesario, y en ese sentido la transición a la resiliencia sería más simple. Por último, en cuanto a la agricultura, es fundamental salirse de los grandes circuitos de distribución que fijan unos precios excesivamente bajos con los que apuntalar el sistema tecnoindustrial. La ciudadanía tendrá que comprender que va a tener que pagar más por sus alimentos, hay que hacer pedagogía en ese sentido, para poder cubrir los costes reales y permitir no solo una vida digna a la gente que trabaja en el sector primario, sino que esta actividad sea viable a largo plazo, es decir, que sea resiliente. Por desgracia, desde las administraciones solo cabe esperar una actitud parcheadora, que sigan considerando los problemas como coyunturales y sin abordar los cambios sistémicos requeridos, así que la mejor solución pasa por la autoorganización, el consumo local en forma de cooperativas de consumo, etc. En ese sentido, aconsejo seguir el trabajo de Marta Rivera, científica del CSIC, autora del IPCC y especialista en todas estas cuestiones.

“La ciudadanía tendrá que comprender que pagará más por sus alimentos"

Y no podemos terminar nuestra conversación contigo sin tocar el problema del caos climático. Llevamos años viendo cómo está poniendo en peligro numerosas cosechas por todo el mundo, incluso hay quien dice que acabada la estabilidad climática del Holoceno, que ha sido la que ha hecho posible que nuestra especie desarrollase la agricultura, también tiene sus días contados la propia agricultura. ¿Cómo crees que podemos hacer más resiliente ante un clima cada vez más caótico la producción de alimentos en lugares como Euskal Herria o Galiza?

Se tiene que hacer un estudio en profundidad de qué especies vegetales, tanto árboles, arbustos y adventicias, se adaptan mejor y pueden formar un ecosistema sano y resiliente. Esto no se hace de la noche para la mañana y requiere mucho ensayo y error. Existen diversidad de aportaciones, desde explotaciones integradas hasta los bosques alimenticios, pasando por las aproximaciones permaculturales. Se necesita mucho trabajo que debería empezar a hacerse ya.